fantaguayaba

Life and times of @fantaguayaba

La estructura y la economía de nuestra atención ha cambiado radicalmente debido al exceso de estímulos, información e impulsos. La percepción se vuelve fragmentada y dispersa.

La creciente carga de trabajo hace necesario adoptar enfoques específicos hacia el tiempo y la atención, esto afecta la estructura de la atención y la cognición.

La actitud que tomamos frente al tiempo y a nuestro entorno, conocido como “multi-tarea” no representa un progreso en nuestra evolución. Esta actitud representa un retroceso.

La multi-tarea es común entre los animales salvajes, es una técnica de atención indispensable para sobrevivir en la naturaleza.

Mientras un animal está ocupado comiendo debe de atender otras tareas, como mantener alejados a sus rivales de su presa.

En la naturaleza los animales están forzados a dividir su atención entre diversas actividades, es por esto que los animales son incapaces de una inmersión contemplativa.

Los animales no pueden concentrarse en la tarea que están realizando porque tienen que estar procesando eventos en sus alrededores.

Le debemos a la atención contemplativa todos los avances culturales de la humanidad. La cultura florece en un ambiente en que la atención profunda es posible.

Esta reflexión inmersiva está siendo reemplazada por una forma distinta de atención, la Hiperatención, que se caracteriza por un cambio precipitado de enfoque entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos. La hiperatención tiene una baja tolerancia a la aburrición, no permite la inactividad profunda que beneficia el proceso creativo.

El dormir representa el punto máximo de la relajación corporal, el aburrimiento profundo es el pico de la relajación mental. El apresuramiento frenético no produce nada nuevo.

La vida contemplativa conecta la experiencia del ser en la cual lo que es hermoso y perfecto no cambian ni caducan, es un estado que se escapa de la intervención humana, es maravillarse por las formas en las que las cosas son, sin tener que ver con su practicidad o procesualidad.

Lo que es flotante, inconspicuo o efímero, se revela mediante una atención profunda y contemplativa.

En el estado contemplativo, damos un paso fuera de nosotros mismos y nos sumergimos en nuestros alrededores.

Ya no pertenecemos a un mundo disciplinario lleno de hospitales, manicomios, prisiones, cuarteles y fábricas, ahora vivimos en una sociedad de gimnasios, oficinas, bancos, aeropuertos, centros comerciales. Dejamos de ser una sociedad disciplinaria para convertirnos en una sociedad de logros. Los individuos dejamos de ser “Personas de obediencia” para convertirnos en “Personas de logros”.

La sociedad disciplinaria es una sociedad de negatividad, definida por la prohibición, los mandamientos y las leyes, que son reemplazadas en la actualidad por proyectos, iniciativa y motivación. La sociedad disciplinaria está gobernada por el no. Su negatividad produce locos y criminales, en contraste, la sociedad del logro crea depresivos y perdedores.

El impulso por maximizar la producción habita en el inconsciente social. Para aumentar la productividad, el paradigma de la disciplina se sustituye por el paradigma del logro, por el esquema positivo del “yo puedo”.

La positividad es mucho más eficiente que la negatividad, el inconsciente social pasa del “yo debo” al “yo puedo”.

Las personas de logros son más rápidos y mas productivos que las personas de obediencia.

El “Yo puedo” no elimina el “yo debo”, en lo que respecta al aumento de la productividad, no existe una ruptura entre el deber y el poder.

La depresión inicia su ascenso cuando el modelo disciplinario que otorgaba a las clases sociales y ambos sexos un destino específico, se rompe con las normas que nos invitan a tomar la iniciativa personal y ordenarnos se nosotros mismos, el individuo deprimido no está a la altura, está cansado de tener que convertirse en sí mismo.

La depresión es la expresión patológica del fracaso del ser humano moderno que no puede llegar a convertirse en sí mismo, y la presión por lograrlo, es consecuencia de la perdida del apego, que es una característica de la creciente fragmentación y atomización de la vida en sociedad.

El hombre soberano no tiene nada por encima de sí mismo que pueda decirle que tiene que ser, porque es el único dueño de sí mismo. Este tipo de humano está en proceso de convertirse en un hombre que no hace más que trabajar. El ser humano expuesto a una positividad excesiva, desprovisto de cualquier mecanismo de defensa, carece de toda soberanía. El ser humano depresivo es un animal laboral que se explota a sí mismo, y lo hace voluntariamente, sin restricciones externas.

La depresión escapa a todos los esquemas inmunológicos. Explota en el momento en que la persona ya no es capaz de ser capaz.

La depresión es fatiga creativa y capacidad agotada.

El pensamiento depresivo de que “nada es posible” crece en una sociedad que piensa que “nada es imposible”.

El no poder ser capaz de nada más conduce al autorreproche destructivo y a la autoagresión.

La persona de logros se encuentra eternamente luchando consigo mismo, herido por una guerra interior. La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre de positividad excesiva, es el reflejo de una humanidad que se declara la guerra a si misma.

La persona de logros solo está sujeto a sí mismo, a diferencia de la persona de obediencia, sin embargo, la desaparición de la dominación no implica libertad. La persona de logros se entrega a la libertad compulsiva, a la libre coacción de maximizar el logro. El exceso de trabajo y de rendimiento conduce a la autoexplotación que va acompañada de un sentimiento de libertad.

Esta libertad paradójica se transforma en violencia debido a las estructuras compulsivas que la habitan y nos conduce a la indisposición psíquica.

Con el descubrimiento de los antibióticos dejamos atrás una época en la que eramos vulnerables a los estragos de los virus y las bacterias. Desde el punto de vista patológico, este siglo está determinado por el deterioro neuronal y las enfermedades neurológicas. Contrario a las defensas inmunológicas que hemos desarrollado a través de cientos de miles de años de evolución para combatir todo cuerpo extraño, no contamos con técnicas o tecnologías que puedan combatir el deterioro de nuestro cerebro. Ataque y defensa determinan la acción inmunológica, todo lo extraño es combatido aunque no tenga intenciones hostiles, aunque no represente peligro, es eliminado en base a su otredad.

La otredad representa la categoría fundamental de la inmunología, toda respuesta inmune es una reacción a la otredad.

La otredad está siendo reemplazado con lo diferente, lo diferente no hace enfermar a nadie, en términos de inmunología representa lo mismo.

Inclusive en nuestra sociedad, en esta época, hemos dejado de percibir a los extranjeros, a los inmigrantes, a los refugiados, como una amenaza, alguien que representa un gran peligro, ahora los vemos más bien como una carga.

La dialéctica de lo negativo es el rasgo fundamental de la inmunidad. La otredad inmunologicamente es lo negativo que se entromete en lo propio y se trata de negar su entrada. La autoafirmación inmunológica de lo propio es la negación de lo negativo.

La inoculación consiste en tomar fragmentos de lo extraño e introducirlos en lo propio para provocar una respuesta inmune, de está manera el mecanismo de negar el paso a lo negativo ocurre sin peligro de muerte. Una pequeña cantidad de daño auto infligido nos protege de un daño mayor, que puede ser letal.

Como vivimos en una época donde la Otredad está desapareciendo, vivimos en tiempos pobres en negatividad, de esta manera las enfermedades neurodegenerativas no siguen la dialéctica de lo negativo, sino de lo positivo, son condiciones patológicas que derivan del exceso de positividad.

El daño no sólo proviene de lo negativo, sino también de lo positivo.

Vivimos en los tiempos de la obesidad de todos los sistemas, de la información, la comunicación y la producción. Y la obesidad no provoca una reacción inmune.

Como una especie que evolucionó en extrema carestía, no contamos con un mecanismo que nos ayude a combatir el exceso, la inmunología no tiene una manera de afrontar este fenómeno.

Los efectos que aparecen cuando existe demasiado, (que derivan de la sobreproducción, sobrecomunicación, sobrerealización) como la fatiga, la sofocación y el agotamiento, no constituyen una reacción inmunológica, estos fenómenos afectan la energía neuronal.

La violencia de la positividad no requiere hostilidad, se desenvuelve específicamente en una sociedad permisiva y pacificada y se vuelve invisible, habita en el espacio donde no existe polarización entre lo interno y lo externo, lo propio y lo extraño.

La positivación del mundo permite que nuevas formas de violencia emerjan, que son inmanentes en nuestro sistema. Debido a esta inmanencia no se desarrolla una defensa inmune. La violencia neuronal, que conduce a infartos psíquicos, representa el terror ante la inmanencia que difiere radicalmente del horror que proviene de la otredad en el sentido inmunológico.

La violencia neuronal escapa de toda óptica inmunológica ya que no posee negatividad alguna. La violencia de la positividad no priva, satura, no excluye, abruma. Es por esto que se vuelve inaccesible a la percepción inmediata.

La depresión, el transtorno de deficit de atención con hiperactividad y el síndrome del agotamiento apunta hacia un exceso de positividad. La hiperactividad representa la masificación de los estímulos positivos.

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